Don Luis Montes nació pobrecito en medio de pobres y desde niño tuvo que trabajar en cuanto pudo porque el hambre no da espera y mueve el mundo.
Don Lucho es blanco y si lo pusieras imaginariamente entre europeos pasarÃa por uno, sin tocar aro, de manera que un dÃa no se ganó la loterÃa pero por azar fue a dar a Francia donde una hija suya casada con francés habÃa ido a parar y lo invito para que conociera la “torre infiel†y le tour de Nesle y el rÃo Sena tan caros a sus recuerdos de sus aventuras por allá, y ese mes lejos le cambió la vida; entendió que habÃa un mundo más allá de la nariz a por ver y habÃa que ahorrar para volver.
Con el tiempo y un palito hizo pesitos y una boleta se ganó, con lo que le alcanzó para ir a visitar el ombligo del planeta y desde luego la catedral de oro en cuyo interior descubrió su brillar inaudito tanto que no precisa de otras luces distintas al fulgor de sus lingotes estratégicamente situados en sus bóvedas. Una docena de templos heterodoxos visitó y otros lugares exóticos de esa ciudad prodigio.
Después estuvo en Cuzco donde recibió la energÃa revitalizadora de ese cerro donde el Inca imperó y descubrió, como cualquier viajero curioso que hay otros mundos y que uno puede alcanzar cimas y mejores aires. Asà que decidió abandonarlo todo en Folleco y siguió su derrota a pie, en bicicleta, en moto y hasta en camiones subiendo las montañas del Perú y por Bolivia esa tierra donde el agua besa las nubes, hasta bajar a Chile, el suelo de los poetas grandes, y entró a trabajar en las minas y fue un hombre de cobre y de eso modo recordó su origen y aquel proverbio del buey que donde vaya ara. Ahora sólo de paso, porque siguió a ValparaÃso y a Santiago y cogió para Baires, la ciudad de ciudades. Y otra vez se sintió habitante de Europa.
Fue en barco hasta Colonia y de ahà a Montevideo y allá consiguió una nueva novia.
Su itinerario no paró ahÃ; se fue con ella a BahÃa y a RÃo y luego a Sao Paulo donde halló tanta gente y tanta cosa que admirar que se quedó a vivirlo varios años, y buscando en contarlo un dÃa se descubrió pensando en portugués y esto fue como un renacer:
...PodÃa hablar otra lengua! y amar en luso, sin ir al otro lado del charco ¡Qué maravilla!
Y quién lo ataja ahora que vive en Nueva York hace pinitos en inglés y gana verdes.